29 ago 2011

Kenai Fjords

¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 


Ahora mismo estamos en Mallorca, aunque esta entrada la
escribimos anteanoche, estando en el aeropuerto de Chicago.  Hemos pasado la noche en el avión, llegamos a Frankfurt y, de ahí, a Palma.Ya queda poquito viaje... Y de Frankfurt, a Palma. El embarque, por cierto, fue curioso. Como ir en metro, vamos. Solo había que pa zar el billete porun escáner y ya estabas dentro. Vamos, que los alemanes lo tienen fácil para volar a Palma.


En Chicago lo hemos pasado fenomenal :) Pero eso ya os lo contaremos.Ahora seguimos con Alaska, que aún nos quedan cosillas que contar.El plan en Alaska, aparte de visitar la formidable ciudad de Anchorage, era el siguiente: el primer día, hacer un crucero de nueve horas por el Kenai Fjords National Park. Y el segundo día viajar enavioneta al Denali National Park, aterrizando en un glaciar y volando alrededor del Mc Kinley, que con casi 6.200m es el pico más alto deNorte América. 



La primera noche que pasamos en Alaska dormimos en Seward (ya os contamos que fuimos a Seward desde Anchorage, ciudad que no merece la pena que visitéis,salvo que os dé mucha curiosidad)La noche antes cenamos en Seward en el único sitio que encontramos abierto. Tomamos fish and chips de salmón (en Alaska el salmón es ingrediente habitual) que estuvo fenomenal. Y conocimos a una camarera serbia  que hablaba español perfectamente (suena a canción de Drexler eso de conocer en Alaska a una camarera serbia que habla español,¿no?) Nos dormimos pronto, porque estábamos reventados, y a la mañana siguiente, encima, teníamos que madrugar bastante para estar embarcando a las ocho en punto. Y, aunque al final el embarque se retrasó un poco, pero estuvo bien porque así tuvimos tiempo para comprar un gorro y unos guantes de lana: ¡estaba medio lloviendo y hacía un frío y una humedad bastante considerables! De hecho, cuando presentamos nuestros billetes, nos dijeron que, si no queríamos hacer el crucero, podían devolvernos el dinero o coger otro barco con un recorrido más breve porque, con el mal tiempo, entendían que no nos apeteciera estar navegando nueve horas. Aun así, nosotros quisimos cogerlo. Habíamos ido hasta allí para eso y, sinceramente, empezar a organizar planes alternativos estando en el culo del mundo no parecía muy buena idea. Y, la verdad, no pudimos alegrarnos más de haberlo hecho. Desde luego, hubiera sido mucho mejor con sol, pero mereció la pena hacerlo a pesar del mal tiempo, que tampoco fue tan malo. Además, para el mal tiempo sí que íbamos preparados. La ruta recorría varios fiordos y hacía una parada (sin bajar del barco,eso sí) en el Northwestn Glacier. 


Además, se suponía que era una zona estupenda para avistar ballenas. Y así fue. Cada vez que se avistaba algún"bichejo" el capitán lo avisaba por el altavoz, te decía donde estaba, paraba, viraba si hacía falta para que los pasajeros pudieran verlo bien y explicaba cosillas interesantes. Parece una tontería. Y a mí, antes de ir,lo de avistar a los animales me parecía una  chorrada. Pero, cuando etás ahí, en medio de la nada, sin barcos, ni casas, ni nada alrededor, emociona mucho ver en su propio hábitat focas, orcas, delfines (no era delfines, sino otra cosa parecida, pero en inglés no conocíamos el nombre), pájaros súper curiosos... ¡Fue una pasada!






Las fotos no lo pueden reflejar porque el tiempo no acompañaba en absoluto y porque, además, no íbamos equipados como requería la ocasión. Y más, en comparación con algunos de los pasajeros. Llevaban unos teleobjetivos tremendos. Cuando el capitán avisó de que se veía la primera ballena y vimos a uno de los pasajeros sacar un objetivo de medio metro, nos quedamos alucinados. Yo incluso les hice alguna foto, porque eran dignos de ver. Y, sinceramente, daba bastante envidia pensar las fotos taaaaan increíbles que estarían haciendo. Eso sí: nuestra pequeña cámara fue explotada al máximo, cambiamos un objetivo por otro mil veces e hicimos mil fotos bajo la lluvia. Tanto es así que durante la segunda parte del viaje no pudimos hacer fotos porque alguna parte de la cámara se había mojado y parecía que había todavía más niebla y más nubes de las que había en realidad. Por suerte, al cabo de varias horas, lo que fuera se secó y pudimos seguir haciendo fotos tanto ese día como los siguientes. 


La experiencia fue muy especial. Éramos muy poca gente  porque, por lo que nos explicó alguien de la tripulación, muchos de los que inicialmente habían reservado plaza se había echado atrás por el mal
tiempo, así que íbamos con el barco a medio llenar. Además, la afluencia de turistas es mínima. De hecho, no vimos prácticamente ninguna embarcación en todo el proyecto. Nada que ver con el resto de sitios que habíamos visto. Era naturaleza en estado puro. Y durante el resto de días en Alaska también.Encima, la gente de la tripulación era súper maja. Había tres personas más además del capitán y estaban muy pendientes de la gente. Porque hubo un rato (cuando no íbamos paralelos a la costa) en el que se marearon muchos de los  pasajeros, porque las olas eran bastante considerables y además íbamos ligeros. Y, sobre todo, las personas mayores y los niños (que eran cuatro en total) tenían el estómago del revés. Yo no llegué a marearme, pero me salí a cubierta y me quedé sentada en la parte de atrás, que era donde menos movimiento había. Y preferí quedarme quietecita durante ese rato más movido, no fuese a marearme, porque nueve horas mareada sin poder bajar del barco no me apetecían en absoluto. Tatín fue sin problema todo el tiempo y, en ese rato más movido, cogió la cámara y estuvo haciendo fotos sin parar.

Fuimos recorriendo la costa casi todo el rato, siguiendo sus entrantes y salientes y observando las laderas, algunas bastante escarpadas, completamente cubiertas de árboles. Había islotes que parecían no tener espacio para nada más. Como decía Tatin: si no había más árboles era porque no cabían. 


Uno de los momentos más bonitos fue cuando el capitán dirigió la proa del barco hacia una de las laderas, acercándolo tanto que parecía que iba a incrustar la embarcación en la pared. Pero la roca se hundía bastante hacia dentro y eso le permitía acercarse más. Según nos dijeron, era una suerte que hubiese estado lloviendo, por eso nos acercamos allí, porque gracias a la lluvia eran más abundantes las pequeñas cataratas que caían de la roca. Era impresionante aproximarse tanto a la roca y muy bonito poder ver las caídas de agua desde tan cerca. No eran grandes, pero eran muchos pequeños riachuelos que nos salpicaban a todos los que estábamos allí haciéndonos fotos.













Pero, sin duda, el momento estelar fue la parada en el Northwestern glacier. Habíamos visto algún otro glaciar desde el barco,descendiendo por la montaña casi hasta el agua. Y en Canadá vimos (ya os lo contaremos, sorry!) el Glaciar Athabasca. Pero éste era el más grande y el más bonito de todos. El barco paró aparentemente cerca.Aunque, realmente estábamos a mucha distancia. Pero la mole de hielo era muy grande y, aun desde tan lejos, era impresionante. Pero lo verdaderamente impresionante no era tanto el tamaño como el color, tan azul, del hielo. Y, sobre todo, el escuchar el crujir del hielo, que no se está quieto, sino que está cambiando constantemente. De hecho,en varios de los sitios donde hemos ido, caminando hacia el glaciar,hemos visto los hitos del glaciar a  lo largo de los años. Es decir:que en el camino hay señalizados puntos que se corresponden con el lugar a donde llegaba el glaciar en un momento determinado. Y, si impresiona pensar lo mucho que han retrocedido, por ejemplo, desde que nuestros padres eran pequeños, más aún impresiona lo mucho que han disminuido desde fechas mas cercanas, como 1995 o 1998. Y no es que impresione por temas de Calentamiento global o algo así. Sólo es queme impresiona pensar que no se trata de masas de hielo estáticas, sino en cambio constante. De hecho, durante los minutos que estuvimos allí,cayeron muchos trozos de hielo al agua. Algunos, muy grandes. Vamos,que cuando nos fuimos de allí el glaciar ya no estaba tal y como cuando lo encontramos. Y, cuando nos íbamos, seguía crujiendo y desplomándose. Era muy bonito. 






Mientras estábamos allí parados, a nuestro alrededor había trozos y trozos de hielo. En un momento dado, cuando miramos hacia atrás Tatín y yo, dando la espalda al glaciar, vimos una foca. Una foquita monísima que miraba hacia el barco pero que, en el mismo momento en que la descubrimos, se sumergió y ya no volvi´a salir. Lo comentamos entonces con una de las personas de la tripulación y nos dijo que, efectivamente, era una foca y que, si mirábamos hacia el glaciar, veríamos unos puntitos desplazándose en el agua y otros sobre los pedazos más grandes de hielo que estaban flotando. Y que todo eso eran focas. 
Estando allí, hubo una pequeña avalancha de hielo por la ladera de la izquierda del glaciar. Parecía, cuando lo mirabas e incluso cuando lo escuchabas, una corriente de agua que caía a cámara lenta. Pero no. Era hielo. Y allí, en medio de la nada, sólo se oía eso: el torrente de hielo que caía por la ladera y, sobre todo, el crujir del glaciar que, de vez en cuando, terminaba en un chasquido, en un sonido que era como un disparo. Otras veces, lo escuchabas derrumbarse, con un sonido fuerte pero lejano. Y, para cuando lo oías y mirabas al mar, ya prácticamente no te daba tiempo a ver los restos del trozo de hielo que se había desprendido y caído al mar. Era un espectáculo precioso que, supongo, no te imaginas si no lo has visto antes. Yo, por lo menos, no me lo imaginaba. Tatin sí, claro, pero porque el Perito Moreno de Argentina debe superar con creces lo que vimos juntos en Alaska. Sin embargo, todo hay que decirlo, el viaje en barco de aquel dia es, según Tatin, una de las cosas que más le han gustado de estas semanas.



Después de lo de la parada en el glaciar, todos quisimos tomar algo
 caliente porque allí hacia mucho frío y habíamos estado mucho rato quietos en cubierta. En el pequeño bar del barco, un chico de la tripulación había colocado varias cervezas en un recipiente con varios trozos de hielo que había "pescado" del agua, de alrededor del mar. Algunos eran una pasada: bloques de hielo de cientos de años y completamente transparentes. 
Preciosos. Estuvimos charlando un poco con el chico, muy simpático, que nos contó que era de Alaska, pero no
de Seward, sino de más al norte. Le pregunté cómo era el tiempo allí durante el invierno y me dijo que en Seward no hacía tanto frío como en otras zonas de Alaska porque, al estar cerca del mar, el clima era más suave y que sólo algunas veces tenían temperaturas bajo cero. Yo debí poner cara de sorpresa y en seguida él matizó que no solían tener temperaturas bajo cero, pero en farenheit. Lo que, traducido significa que rara vez tienen temperaturas por debajo de -32 centígrados. Un gran alivio porque, como todos sabéis, hasta -32 grados centígrados el frío es más que soportable :D En fin...


Continuamos el resto del crucero haciendo pequeñas paradas cuando se podían ver animales interesantes. Vimos una especie de buitre raro en un árbol en la costa, bastante cerca, algunos otros pájaros y, por supuesto, vimos focas. Esta vez, desde mucho más cerca, tumbadas en las rocas, tranquilamente, y también algunas nadando no muy lejos del barco.


Cuando llegamos, nos pedimos de la gente y fuimos a devolver unos prismáticos que habíamos alquilado en Seward y, antes de irnos, tal y como nos recomendaron en el barco, nos acercamos en el puerto de Seward al sitio donde estaban los pescadores que acababan de llegar después de todo el dia en el mar. Y la verdad es que fue también muy interesante verlos a todos, con unas pintas bastante peculiares, limpiar el pescado allí mismo, nada más llegar. No había más turistas, pero nosotros estuvimos por allí, alrededor de las bancadas donde
estaban trabajando. Y yo, un poco impertinente, haciendo fotos de unos y de otros. No parecía que les hiciéra mucha gracia, pero tampoco me 
dijeron que me fuera, así que mejor no preguntar.


Mientras, Tatin estaba ya harto de los pescadores y descubrió allí al lado, junto al muelle, a una foca que estaba disfrutando del baño, nadando a sus anchas, mientras comía restos de pescado, probablemente de los que iban arrojando al mar mientras lo iban limpiando.
Así que, mientras yo terminaba de hacer fotos, él bajó al muelle y estuvo viendo a la foca bien de cerca. Al cabo de un rato, bajé yo. Fue divertidisimo verla nadar, dar vueltas, morder los trozos de no séqué que sacaba de debajo del agua... Tatin decía que daban ganas de bajar a nadar con ella. Un ratito después, volvió a sumergirse y, comotardaba en salir, nos fuimos.



Teníamos que dormir en Anchorage (preciosa ciudad) esa noche para, a la mañana siguiente, ir a Talkeetna, que está hacia el norte, para el vuelo en avioneta. Antes, sin embargo, hicimos una parada y fuimos caminando para ver otro glaciar, esta vez por tierra. Fue una excursión de una horita, muy agradable.





Hasta ahí, el día fue perfecto. Estábamos bastante muertos de cansancio, porque no habíamos parado, pero bien. Lo malo fue que, de camino a Anchorage, de pronto, encontramos una retención y el trafico estuvo parado o casi parado durante un par de horas... El paisaje fue muy bonito, pero terminó haciéndose de noche y llegamos a Anchorage a las mil y tuvimos que acostarnos sin cenar porque ya no había sitios abiertos, ni tampoco ganas de buscar algo.









Fue un dia agotador, pero estupendo.


1 comentario:

Imogen dijo...

Qué carita de frio!!!! pero vale la pena, sin duda. Vaya paisajes más maravillosos.